Cuando burlarse del acento oriental vende condimentos

Cuando va a una tienda, muchos vendedores no asiáticos le reciben a Diego Li con un «¿Qué tesea, señol?» y tratan de convencerle de que compre algo con un «Puedo vendele ma balato». Sara Shin creció escuchando apodos como «coleco» o «china cochina», usados para referirse a ella o a su familia. Como hijos de inmigrantes de Taiwán y de Corea del Sur, respectivamente, ni a Diego ni a Sara le resultan graciosas estas maneras que tienen otros paraguayos de dirigirse a ellos. «Aun peor —me contaba Sara— cuando pido que no me hablen así porque me molesta, muchas veces en lugar de recibir un pedido de disculpas, obtengo otra agresión». A su vez, Diego me comentaba que estas hostilidades son parte de su vida cotidiana y la de su familia, y que ha tenido que aprender a reprocharlas, a veces, y a ignorarlas, otras. Desafortunadamente, no solamente son escasos los esfuerzos que se han hecho para evitar este tipo de burlas hacia la comunidad asiática en Paraguay, sino que también algunas instituciones o empresas han hecho eco de estas agresiones y las han reforzado. Un ejemplo de este trato despectivo de parte de una corporación es el spot radial de la marca de condimentos Arcoíris, que parodia el acento oriental para generar risas y, en consecuencia (?), más ventas.

El spot:

El spot de condimentos Arcoíris consiste en una conversación entre un cliente y un encargado de almacén de origen oriental, aparentemente. Ante las preguntas del cliente, el encargado contesta palabras sueltas: «¿De especias qué tenés?» «Comino morido, pimienta grano, pimienta morida». Si bien la alternancia entre “r” y “l” es común en algunos hablantes de español como segunda lengua (y como lengua materna también), la pronunciación del encargado de almacén es completamente exagerada: no representa el acento oriental con fidelidad. Además, la estructura de las respuestas del hombre asiático se lleva a la simplificación extrema. Por más básico que sea el manejo de una segunda lengua, quienes hablamos una siempre intentamos formar oraciones: no contestamos preguntas con una lista de vocablos sin ningún verbo. Así, se puede ver claramente que la intención del spot no es ilustrar la realidad del hablante de español de origen oriental, sino caricaturizarla; y las caricaturas tienen el mero objetivo de provocar risas.

Por supuesto, las caricaturas no son malas en sí mismas y la risa, dicen, es sana. Sin embargo, todos sabemos que existe una diferencia entre reírse de alguien y reírse con alguien. Habiendo tenido tantas experiencias en que la gente les demostró intolerancia al exagerar y parodiar el acento oriental, ¿se reirían nuestros amigos de herencia asiática con el spot? Probablemente no… y no porque sean incapaces de reírse de sí mismos, sino porque existe una historia de discriminación hacia las comunidades asiáticas en el Paraguay que se ha camuflado de “broma inofensiva”. Claro está, la intención del chiste depende de quién lo haga y a quién. No faltará quien diga: «a mi amigo coreano no le molesta que me ría de su acento». Esto es natural: las relaciones de cercanía entre personas nos dan ciertas licencias. Ahora bien, cuando el emisor de un chiste de trasfondo cultural es una institución o una empresa, el efecto generado en la comunidad protagonista será muy distinto y variado: no todos reirán.

El problema principal del spot radial de Arcoíris es que el chiste viene de dos compañías: de la empresa publicitada y de la agencia publicitaria. En primer lugar, como dije antes y hasta donde llegan mis conocimientos, ni la empresa ni la publicitaria tienen la suficiente confianza con la comunidad asiática para incurrir en parodias sobre ella. En segundo lugar, aun si dicha confianza existe, el soporte institucional de una parodia valida y, por tanto, refuerza, las burlas que los ciudadanos comunes hacen a una comunidad vulnerable. La divulgación masiva de las caricaturas de la forma de hablar de los asiáticos nos dan la sensación de que reírnos de la pronunciación y el léxico de alguien de dicho origen es normal y está bien. Cuando una parodia aparenta buena e inofensiva, tendemos a repetirla y, muchas veces, es muy difícil ver que si el otro no se ríe, me estoy riendo de él y no con él. Quizás este fue el error de la empresa Arcoíris y de los creadores del spot: confundieron lo normal y corriente con lo inofensivo. Estas confusiones se pueden evitar al consultar con la gente a quien retratan en sus anuncios, pero el hecho de que la publicidad haya salido al aire me hace sospechar que si se hizo algún focus group no se incluyó a participantes de la comunidad asiática. Si el spot no le causa gracia al retratado y no hay intención de burlarse de nadie, ¿por qué se divulgaría?

El spot radial de condimentos Arcoíris es apenas un ejemplo de las millones de burlas de una institución o empresa hacia al acento de una comunidad minoritaria dentro de un país. Esta práctica es tan común que la calificamos de inocente y no le prestamos atención, pero el impacto negativo que tiene sobre nuestra percepción de los demás es real y se ha cuantificado en innumerables estudios científicos. Por ejemplo, que las personas de origen asiático aparezcan parodiadas en los medios nos condiciona a suponer —consciente o inconscientemente— que todas las personas que tienen rasgos orientales alternan la “r” y la “l”. Esto explica que a nuestros amigos Diego y Sara, ambos criados en Paraguay, mucha gente les diga «¿qué quiele?» o «ese calo», aun cuando ellos no realizan la alternancia entre las dos consonantes mencionadas. Esta imagen que nos creamos de las personas a partir de sus rasgos físicos o lingüísticos —este estereotipo— es una barrera que nos priva de conocer el mundo sin prejuicios. ¡Cuánto aprenderíamos de la comunidad asiática si fuéramos más abiertos! Tan solo en el aspecto del lenguaje, sabríamos que en chino, el significado de la palabras varía de acuerdo al tono con que se pronuncia ( no tiene el mismo significado que ); o que el japonés tiene vocales que se producen sin la vibración de las cuerdas vocales (muy pocos idiomas las tienen); o que en coreano hay tres tipos de “p”: sólo por dar algunos ejemplos.

La publicidad que utiliza la exageración del acento de una comunidad con una larga historia de discriminación solo puede llevar a la ridiculización del inmigrante, aun cuando esa no haya sido la intención. Ahora bien, ¿qué podemos hacer al respecto? Por un lado, creo que las empresas publicitarias deberían preguntarse si les conviene asociar el nombre de sus clientes con el trato injusto y desagradable hacia el extranjero y sus familias. Por otro lado, los ciudadanos comunes debemos practicar la empatía: ¿Cómo me sentiría si la parodiada fuera yo? ¿Qué pasaría si fuera a vivir a otro país donde la gente, en lugar de ayudarme a aprender el idioma, se burla de mi acento? Y si este ejercicio resulta difícil, siempre podemos recurrir a quienes ya hayan tenido esa experiencia, tanto inmigrantes como emigrantes, para informarnos. Este esfuerzo, de las instituciones y de la ciudadanía, por ponerse en el lugar del otro hará que seamos un verdadero arcoíris: una comunidad en la que las diferencias conviven en armonía.

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